La cultura del miedo en el mundo
La película
“Bowling for Columbine” estrenada en
el año 2002 con Michael Moore en cabeza de la producción, dirección y guion, y
que se hizo al Oscar en el mismo año por la categoría de Mejor Largometraje
Documental, busca tratar un tema tan vigente como lo es la violencia en Estados
Unidos, provocada en gran parte por la posesión de armas. El nombre del
documental deriva de los asesinatos ocurridos en el Instituto de Columbine en
1999 por dos jóvenes que le quitaron la vida a varios alumnos y a ellos mismos
por la fácil obtención y tenencia de armas de todo tipo, además de sus
municiones.
Entonces,
es bien sabido que el tema es bastante delicado debido a las circunstancias
sociales que rodean al país del Norte de América, pero Michael Moore busca
hacer un paralelo estadístico con otras naciones del mundo y como cada una ha
tratado de restringir el porte de armas o prohibir en su totalidad la libertad
de los ciudadanos de poseer armas para su defensa y seguridad.
Pero luego
de varios datos y sucesos, de entrar en el contexto histórico de los Estados
Unidos de América y de verificar por sí mismo las diferencias culturales e
ideológicas con su país vecino, Canadá, sólo se halla un elemento distante de
ambos Estados: La cultura del miedo.
Si bien ambos países tienen una libertad bastante parecida respecto al uso y
tenencia de las armas, se diferencia en sus habitantes en cuanto al ambiente de
seguridad que cada uno tiene en sus respectivas regiones e incluso, en la
discriminación que transmiten sus ciudadanos hacia clases sociales marginadas.
Es decir, el productor y guionista, quien además nos acompaña a lo largo del documental, no culpa únicamente a la Agencia Nacional del Rifle —NRA, por sus siglas en inglés— por la promoción que hacen del porte de armas, sino que le da a los medios de comunicación un papel tan importante, al punto de que el espectador pueda inferir que son ellos los culpables de que la gente en Estados Unidos viva con más miedo que la gente en Canadá y que debido a eso busquen en las armas un instrumento de legítima defensa….¿Y en verdad lo son?
Es decir, el productor y guionista, quien además nos acompaña a lo largo del documental, no culpa únicamente a la Agencia Nacional del Rifle —NRA, por sus siglas en inglés— por la promoción que hacen del porte de armas, sino que le da a los medios de comunicación un papel tan importante, al punto de que el espectador pueda inferir que son ellos los culpables de que la gente en Estados Unidos viva con más miedo que la gente en Canadá y que debido a eso busquen en las armas un instrumento de legítima defensa….¿Y en verdad lo son?
No es menos
cierto que el papel de los medios de comunicación es esencial en cualquier
conglomerado social, pues implanta en la mente de los televidentes juicios de
valor y nociones afines a los intereses que manejan dichos medios, pero los
actores del problema son muchos más que estos, por mencionar algunos: la NRA u
otras agencias en Estados Unidos a favor del porte de armas, los republicanos,
la gente intolerante, los criminales, etc.
¿Pero cómo acabar con esto? Moore no lo dice y tampoco ha podido decirlo nadie desde que fue promulgada la Constitución de Estados Unidos hace más de 200 años, donde es establecido en la Segunda Enmienda que: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del Pueblo a poseer y portar armas no será infringido”, por lo que los defensores de esta libertad no solo tienen un argumento válido para poseer armas, sino que se sienten amparados por la Carta Magna de su país.
A diferencia de La Constitución de Canadá, donde no menciona expresamente el derecho a poseer armas, pero sí le brinda al ciudadano el derecho a la seguridad, se puede considerar que su reconocimiento es implícito, y en la práctica, las leyes sobre armas son tan flexibles como en Estados Unidos, pero se sabe que al ser un estado federal, la competencia es de los Estados para debatir sobre el control de las armas de fuego, lo que ha derivado en el registro de dichas armas por el gobierno y además, la demostración por parte de los propietarios de estar capacitados para usarlas.
Pero esto no sería una solución total para un país que desde su independencia se ha acostumbrado a este derecho, pues es suprimirles la libertad a por lo menos 5 millones de habitantes —que son los inscritos a la NRA— y a legalizar al menos 310 millones de pistolas que rondan en el comercio americano, lo cual es mayor al número de habitantes, y aparte, para muchos órganos judiciales, ejecutivos y legislativos, sería ir en contravía de la Constitución, algo que ningún Estado de Derecho podría hacer.
Pero entonces ¿es posible atacar, acabar o disminuir la famosa Cultura del Miedo? Pues este país y un sinfín de regiones en el globo han demostrado que ésta es más fuerte que sus propios habitantes, por mencionar unos casos: el Brexit en el Reino Unido, el plebiscito para la Paz en Colombia y la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos.
Los medios
de comunicación y las personas que ostentan el poder han demostrado que es una
guerra que la democracia no puede acabar, porque en naciones donde desde su
independencia se ha vivido constantemente con miedo y terror, ya implantado, ya
real, es difícil acabar con este estigma; algo que tal vez no vivió Canadá o
varios estados europeos que por cultura, tradición o historia han sabido
hacerle frente a la restricción de las armas, pero que si fue vivido por los
americanos o para interiorizar el tema, nuestro mismo país.
Porque la cultura del miedo, que en Estados Unidos ataca a los habitantes en su seguridad, en Colombia los ataca en su democracia y en otros países también lo hará respecto de sus demás bienes jurídicos, es ya una realización. No es un ficticio legal ni cultural el miedo que se ha desatado en campañas políticas, como la del actual candidato presidencial Iván Duque o de la que salió triunfante Donald Trump, que impregnan en sus votantes, simpatizantes y otros ciudadanos, el terror a un factor hipotético que tal vez nunca suceda, o no de la manera en que lo plantean.
En conclusión, es legítimo apoyar movimientos y producciones audiovisuales que buscan generar conciencia respecto del derecho contenido en la Segunda Enmienda, pero la restricción o prohibición no es la solución completa a un problema que tiene muchas caras, muchos actores y en especial, una cultura del miedo propagada desde los hogares, que será la que va a irse en contra de cualquier control al porte de armas con la ficción de que sin armas no va a haber libertad o seguridad nunca más.
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