Colombia, dependiente y subordinada
David Bushnell, historiador americano
reconocido por basar sus estudios en nuestro país, quien fue reconocido como miembro
extranjero de la Academia Colombiana de Historia, escribe el libro “Colombia, una nación a pesar de sí misma”[1]
donde hace un recorrido desde los tiempos precolombinos hasta nuestros días,
claramente asentados en el año 1994, fecha en que fue publicada la obra.
El
autor inicia considerando al país como uno de los menos estudiados de América
Latina, esto por los innumerables factores que caracterizan a Colombia dentro
de la esfera internacional, normalmente mencionada por las constantes guerras
civiles, el retrógrado clericalismo, su afectación por el narcotráfico y su
falta de identidad, todo esto en un contexto de estancamiento socioeconómico,
para usar las palabras de Bushnell.
Pero para entender al país del Sagrado Corazón, es necesario recorrer
todas las etapas que han representado la historia de un país dependiente y
subordinado, empezando por sociedades indígenas asentadas en lo que hoy
conocemos como la Republica de Colombia donde nada parecía estar mal, a pesar
de que desde ese tiempo ya era perceptible la estratificación social, pero con
vastos recursos naturales y un orden social adecuado a la época.
Sin
embargo, la verdadera hecatombe es evidente con la llegada de los españoles, momento
histórico que no es necesario repetir teniendo en cuenta que desde la educación
primaria nos la enseñan, pero lo hacen con una leve diferencia de la realidad y
es que jamás nos la pintaron como un genocidio. Si bien nos mostraron a
Cristóbal Colón y a los españoles como “los conquistadores” jamás nos hablaron
del diezmo de la población indígena que redujo casi en su totalidad a la
sociedad que vivía en nuestro territorio.
Resulta grave hoy en día, con el progreso de las instituciones
jurídicas, pensar en los actos que llevaron a cabo los españoles teniendo en
cuenta que se verían enmarcados dentro de conductas delictivas, pero abogando a
la época y haciendo mayor relación con el sentido común que con el mismo
Derecho, la sociedad española debió ser juzgada por el maltrato, hurto,
apropiación de tierras y subordinación de los verdaderos propietarios de
América Latina.
Más
allá de pensar en que la historia pudo ser diferente, es increíble asemejar
esto a la actualidad y ver que aún después del desarrollo cultural y normativo,
los ciudadanos seguimos sometidos a un régimen social bastante parecido al
adoptado en la época colonial, cuestionándome, por lo tanto, de si la verdadera
modernidad en algún momento ha llegado a Colombia.
Si
bien la Constitución Política de 1991 reconoce un sinfín de derechos,
principios, valores y garantías constitucionales que no pudieron haber sido
pensadas siglos atrás, la forma de trabajo, el modelo económico, el interés
público, la estructura social y demás componentes de la sociedad colombiana,
siguen asemejándose a La Nueva Granada, un conglomerado donde los indígenas,
propietarios y trabajadores de sus tierras, pasaban a producir para alguien con
mayor jerarquía social…¿bastante parecido a la actualidad, no?
Siguiendo con la comparación, ésta sociedad se basaba en un modelo constante
de mono exportación de oro que se mantuvo hasta que este elemento fue
reemplazado por el petróleo, dejando al país, tal como en ese entonces, con una
economía mono extractiva, que además con el progreso normativo fue declarada de
utilidad pública y de interés social mediante la Ley 685 de 2001, en la cual se
declara que “podrán decretarse a su favor, a solicitud de parte interesada y por los
procedimientos establecidos en este Código, las expropiaciones de la propiedad
de los bienes inmuebles y demás derechos constituidos sobre los mismos, que
sean necesarios para su ejercicio y eficiente desarrollo.” artículo que no
parece importarle a los grupos políticos y económicos que hoy le tienen tanto
miedo a la presunta expropiación difundida desde la ideología de izquierda.
Y no está mal que Colombia sea un país
propiamente minero y petrolero porque, al fin y al cabo, es el orden que ha
mantenido al Estado en un status quo
que no fracasa del todo, pero tampoco genera bienestar a todos sus asociados.
Esta crítica se acrecienta en atención a los intereses que favorece la economía
colombiana, en su mayoría de orden internacional si tenemos en cuenta que la
mayoría de empresas como Anglo Gold Asmanti —de Sudáfrica—, Continental Gold
—de Canadá— o la Drummond Company —de Estados Unidos— son las que se benefician
de la extracción minera del país[2],
dejando graves consecuencias a las personas que viven cerca de las
construcciones respecto de sus derechos, fundamentados en un supuesto
desarrollo que ni lo evidencian los vecinos de los yacimientos ni el resto del
país.
De manera que la imagen del Estado que
tiene la clase social más pobre del país es la misma que tenían los indígenas,
mestizos y afrodescendientes del Siglo XVI: un Estado precedido por una clase
alta, que se diferencia del resto de la población por ser propietaria de los
medios de producción, las grandes empresas, los medios de comunicación, los
partidos políticos y las iglesias cristianas.
Todas estas instituciones, incluyendo el
clero católico y protestante, tenían y tienen una gran influencia respecto de
la vida en sociedad, incidiendo en cada uno de los aspectos que afectan a las
diferentes clases sociales. De acuerdo a Bushnell, en la década de 1767, la
Iglesia podría haber poseído cerca de un cuarto del total de las propiedades
urbanas de Bogotá, lo que para la época representa una concentración de tierras
desmedida para una sola institución, pero ¿cómo ha avanzado este tema hasta el
día de hoy?
De acuerdo al índice Gini rural, que mide
la desigualdad: actualmente el 77% de la tierra está en manos del 13% de
propietarios, pero el 3,6% de estos tiene el 30% de la tierra, lo que significa
que el restante de la población que suman un 87% comparten el 23% de la tierra
adjudicable [3],
es decir, 251 años después, la desigualdad en el campo ha aumentado en vez de
disminuir y el territorio que podría estar produciendo productos para
exportación están en manos de latifundistas, ganaderos y grandes empresarios
que en una gran mayoría de casos se apropiaron del agro debido a la violencia
de las últimas décadas.
Inclusive, de acuerdo a cifras del
Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga, de los
21,5 millones de hectáreas de tierra con capacidad agrícola, solo se usan 4,9
millones y en cambio, se están dejando estos espacios para la ganadería, la
cual genera 12,5 menos valor que la agricultura y no siendo suficiente, son deforestadas
290.000 hectáreas al año para la realización de esta actividad.
Es por esto, que la imagen de Colombia
dentro de un marco internacional resulta indiferente y aún después de la finalización
de un conflicto armado de más de 50 años, persisten problemas que trascienden
las clases sociales, con una educación primaria y secundaria escasa en las
áreas rurales…cómo en el Siglo XVIII; una educación superior que es considerada
un privilegio…cómo en el siglo XVII; un sistema de salud ineficiente, una
administración de justicia ineficaz, una economía neoliberal y a favor de
empresas internacionales, un gobierno corrupto y clientelista o una política
que no aboga por una apertura democrática; se puede seguir así hasta que se
mencionen todas las instituciones del país que a la fecha siguen teniendo una
crisis escondida bajo el paradigma de un país que es mejor “Por no estar
viviendo lo que vive Venezuela”.
Pero peor que todo lo que se ha mencionado
ya, está la indiferencia con la que los colombianos vemos la situación del país,
un Estado dependiente de gobernantes con los mismos apellidos, de potencias mundiales
que extraen nuestros recursos naturales, de empresarios que desangran a sus
compatriotas, de políticos que son capaces de comprar hasta nuestra conciencia;
y todo esto puede ser efecto directo de toda una larga secuencia de abusos y
vejámenes en contra de nuestro pueblo ¿pero no es momento de cambiar esto?
A manera de conclusión, respondo que sí y
parafraseando a Eduardo Galeno, quien dijo que la maldición de América Latina es
su propia riqueza y que a su vez es la misma que ha generado siempre nuestra
pobreza para alimentar la prosperidad de otros[4],
es momento de generar un cambio: porque es momento de que Colombia deje de
estar subordinada a la clase élite, que reconozca su cultura y sus orígenes y
que pueda darle a todos sus ciudadanos un bienestar digno de un país que está
acostumbrado a resistir toda clase de conflictos y que a pesar de todo sigue en
pie, con esperanza y convicción de que el futuro de una sociedad no puede
depender de su pasado.
[1] Colombia, una nación a pesar
de sí misma, David Bushnell (1994) Editorial Planeta.
[2] Modelo económico extractivo
en Colombia, Mónica Castañeda Gómez (2012) Revista Kavilando.
[3] Así es la Colombia rural, Instituto de Ciencia
Política Hernán Echavarría Olózaga (2012) Revista Semana
[4] Las venas abiertas de América
Latina, Eduardo Galeano (1971) Monthly Review.
Comentarios
Publicar un comentario